LA QUINTA CRUZADA (1217-1221)
Hacia 1210, en el momento más
esplendoroso del Medievo en Occidente, algunas voces empezaron a criticar la
situación. El fiasco de la Cuarta Cruzada y el saqueo de Constantinopla, la
persecución sangrienta contra los cátaros, los enfrentamientos entre Francia e
Inglaterra, la inestabilidad política en Alemania y la atomización de Italia eran
los principales problemas de la cristiandad, que parecía haberse olvidado de
Tierra Santa. No obstante, allá seguían llegando peregrinos a los que había que
atender, y con creces, pues muchos se quedaban un año e incluso más; buena
parte de ellos pagaba su estancia enrolándose en el ejército como mercenarios.
Las órdenes de templarios,
hospitalarios y del Santo Sepulcro mantenían sus actividades gracias a las
rentas que les llegaban de sus encomiendas de Europa, pero daba la impresión de
que el papado y los reyes cristianos habían renunciado a recuperar Jerusalén.
La tensión fue en aumento y el ancestral odio que se profesaban mutuamente
templarios y hospitalarios estalló de modo violento en 1217, produciéndose
entre ambas órdenes enfrentamientos armados en las calles de algunas ciudades
de Palestina, con muertos por ambos bandos. La animadversión recíproca ya no
desaparecería nunca.
Inocencio III, tal vez a petición
de los templarios, decidió predicar una nueva cruzada, ahora sí contra el
islam, pero mientras la estaba preparando murió en 1216 sin haber llegado a
convocarla. Lo hizo su sucesor, Honorio III. Los templarios fueron informados
de inmediato y pusieron en marcha una gigantesca campaña en busca de fondos
para financiarla. El éxito fue considerable. En apenas un año lograron recaudar
la fabulosa cifra de un millón de besantes, la moneda de oro bizantina, con los
cuales iniciaron la construcción de la que iba a ser su más imponente fortaleza
en Palestina, el famoso castillo Peregrino, en la localidad de Athlit,
unas pocas millas al sur de la ciudad de Haifa, donde hasta entonces sólo
tenían una atalaya denominada torre Destroit.
Templario y Hospitalario
A la llamada del papa
respondieron franceses, alemanes, austríacos y húngaros, con su rey Andrés a la
cabeza, que además dejó su reino en custodia del maestre provincial de Hungría,
un caballero templario llamado Pons de la Croix. El volumen de tropas era
considerable, pero la logística fue un desastre. Nadie había previsto la manera
en que tantos soldados iban a desplazarse al otro lado del Mediterráneo, de
manera que cada cual hizo el viaje como pudo. Las tropas que lograron llegar se
concentraron en Acre, donde templarios y hospitalarios aguardaban para unirse a
ellas. Eran bastantes, y además cada grupo obedecía sólo a su señor, con lo que
no hubo manera de organizar una fuerza homogénea. Además, el rey Andrés de
Hungría se marchó enseguida: apenas tocó Tierra Santa, se dedicó a comprar todo
tipo de reliquias -hasta una jarra con la que Cristo convirtió el agua en vino
en las bodas de Caná-, declaró que había cumplido su voto de cruzado y regresó
a su reino.
En las últimas semanas de 1217
siguieron llegando más y más cruzados hasta que su número fue considerado
suficiente para emprender la campaña militar. Con muchas reticencias por parte
de los nobles llegados de Europa, al fin se decidió que el rey Juan de
Jerusalén dirigiera el ejército. La campaña militar de la Quinta Cruzada tenía
como objetivo Egipto, donde radicaba el poder del Imperio mameluco. El plan
consistía en destruir las bases musulmanas en el delta del Nilo e intentar la
conquista de El Cairo. La ocupación de la ciudad de Damieta, en el gran brazo
oriental del río, era vital para continuar hacia El Cairo. Los cruzados llegaron
al delta en la primavera de 1218. Durante un año, en el que sufrieron todo tipo
de penalidades, se mantuvieron firmes, hasta que el 21 de agosto de 1219
decidieron ocupar Damieta. Como solía ser habitual, templarios y hospitalarios
fueron los primeros en lanzarse al asalto. El resultado fue cincuenta
templarios y treinta dos hospitalarios muertos, y el ataque rechazado. Dos
testigos de excepción estaban presentes ese año en el delta del Nilo. Por un
lado, el templario alemán Wolfram von Eschenbach, a quien le impresionó tanto
el arrojo de sus hermanos en la Orden que a su regreso a Alemania escribió el
poema épico Parsifal, en el cual convirtió a los templarios en los
guardianes del Santo Grial.
Honorio III
El otro gran personaje era
Francisco de Asís, considerado como un santo en vida, que viajó desde Italia
con el convencimiento de que mediante la palabra y la buena voluntad se podía
poner fin a tantas muertes y tantas guerras. En aquella plétora de guerreros,
mercenarios y aventureros, el santo de Asís debía de ser el único que creía
realmente que los conflictos podían resolverse mediante el diálogo y el
entendimiento mutuo. A los templarios, las ideas de Francisco de Asís debieron
de parecerles como de otro mundo. Ellos eran los guerreros de Dios, los
soldados de Cristo, y estaban allí para defender a la cristiandad y para matar
musulmanes. Así constaba en el discurso que les dedicara San Bernardo de
Claraval y eso era lo que les habían enseñado y para lo que estaban
aleccionados.
El asedio de Damieta acabó de
manera inesperada. Los defensores musulmanes, aislados y sin alimentos, fueron
muriendo de hambre y de enfermedades. Allí falleció, víctima de la fiebre, el
maestre Guillermo de Chartres el 26 de agosto de 1218. Cuando los cruzados se
dieron cuenta de lo que estaba pasando, se acercaron con cautela a la ciudad y
la tomaron sin apenas lucha. Ya no quedaban hombres vivos o sanos. El sultán de
Egipto ofreció un pacto: entregarles Palestina a cambio de la paz y de la
devolución de Damieta, además de reintegrarles la Vera Cruz.
No se llegó a un acuerdo y se
reanudaron las hostilidades. Los cruzados dominaban parte del delta del Nilo,
pero estaban atrapados en un terreno pantanoso que además se inundaba cada año
con las crecidas del río. En el verano de 1220 los musulmanes abrieron los
canales aguas arriba y toda la zona se inundó, causando un enorme desconcierto
en los cruzados, que iniciaron una desordenada retirada. Miles de musulmanes
cayeron sobre ellos provocando una matanza. Los cruzados capitularon y
abandonaron Egipto. La Vera Cruz, que el sultán había ofrecido devolver a los
cristianos, no apareció.
LA SEXTA CRUZADA (1228 - 1229)
Tras el fracaso de la Quinta
Cruzada, el emperador Federico II de Hohenstaufen firmó el Tratado de San
Germano (1225), por el que se comprometía a llevar una cruzada hacia Tierra
Santa, pero por razones políticas había retrasado en varias ocasiones el inicio
de su viaje a Jerusalén. Cuando en el año 1227, debido a una enfermedad se vio
obligado a posponer la cruzada una vez más, fue excomulgado por El Papa
Gregorio IX. Sin embargo, al año siguiente, Federico fue a Jerusalén, mientras
que el Papa se refería a él como "Anticristo". Esta cruzada fue la
única que tuvo éxito.
El emperador Federico II
emprendió camino hacia Jerusalén con un ejército relativamente pequeño, habría
llegado hasta Acre en septiembre del año 1228 y en febrero del año 1229 celebró
un acuerdo con al-Malik al-Kamil, nieto de Saladino y sultán ayubí, con el que
mantuvo relaciones diplomáticas y de amistad. Los cristianos recuperarían
Belén, Nazaret, Sidón y Torón (Ahora Tibnin), además de Jerusalén, exceptuando
la Cúpula de la Roca que es sagrada para el Islam, y los bandos beligerantes
acordarían una tregua de 10 años. Por el contrario, los cristianos reconocerían
la libertad de culto para los musulmanes en las ciudades cristianas. Debido a
esto, el Papa excomulgó a Federico II una vez más.
El 18 de marzo de 1229 Federico
II de Alemania recibió la corona de Rey de Jerusalén con motivo de su
matrimonio con Isabel de Brienne, a pesar de la oposición del clero local y de
casi todos los señores feudales. Esta coronación formal no era auténtica, ya
que Federico II estaba marcado por la excomunión, lo cual no le permitía
participar en ceremonias religiosas.
Federico II
El Tratado de Paz fue una
demostración de apertura y tolerancia de Federico II hacia los árabes y el
Islam. El Sultán al-Kamil también tuvo motivos políticos para negociar con los
cristianos, ya qué estaba preparando una campaña contra su hermano al-Mu'azzam
de Damasco y no quería ser perturbado por las iniciativas de los cruzados.
El Tratado fue de importancia
mundial, ya que hubo un compromiso entre los intereses de Oriente y de
Occidente. Entre sus consecuencias, se produjo un enorme aumento de los
intercambios culturales y comerciales entre el levante y el poniente. Sin
embargo, sólo podría mantenerse siempre y cuando el sultan al-Kamil
permaneciera con vida y Federico II fuera capaz de ejercer su influencia en el
Reino de Jerusalén. Los descendientes de estos líderes causaron un contraste
entre el mundo cristiano y el mundo islámico.
Federico II permaneció durante
algunos meses en Tierra Santa, intentando, sin éxito, poner orden a la
situación del reino de Jerusalén. La relación con el papado, sin embargo, no
mejoró mucho. El Papa estaba decepcionado por la efímera victoria y una
Jerusalén a merced de los musulmanes, desmilitarizada, sin murallas e
indefendible. El Papa también se sentía decepcionado por la solución
diplomática de Federico II, pero la razón quizás más importante de esta
decepción fue el resentimiento del Papa por el nuevo éxito de aquel emperador
que amenazaba su supremacía en la región de Italia.
La Sexta Cruzada fue un éxito:
Jerusalén fue una vez más cristiana y Federico II demostró que los estados
cruzados se podrían mantener por otros medios que no fuesen militares.
Pero quedaron atrás muchos
problemas sin resolver. Las fortificaciones de Jerusalén no se reconstruyeron,
y la ciudad estaría a merced de los musulamanes después de la culminación de la
tregua de 30 años acordada.
Después de la partida de Federico
II y del fin de la tregua, el Reino de Jerusalén fue reconquistado por las
fuerzas islámicas en 1244.
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